martes, 7 de julio de 2009

Ficción y realidad

La ficción y la realidad no pueden deslindarse. Hacerlo equivaldría a caer en el error, común, de considerar a la primera como ese paréntesis de la experiencia sensorial del hombre donde se plantean mundos posibles. Posibles, no corpóreos. Posibles pero imposibles, al menos en esta vida. Pero no existe otra, esa es la cuestión. Escribir es descubrir que la realidad es, en verdad, fantasía. Es extrañarse. Es seguir la cátedra del Alfred Jarry. Aprender a ver lo extraño, lo ficcional, lo fantástico de eso que se tiene incorporado como la única verdad. Porque la única verdad es la realidad. No. La verdad es hija de la historia y escribir es comprender que esta pudo haber sido otra.
Julio Cortázar lo llama “el sentimiento de lo fantástico”. “Son irrupciones, esas llamadas coincidencias en que de golpe nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad tienen la impresión de que las leyes, a que obedecemos habitualmente, no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a la excepción1”, explica. El gran escritor del cuento fantástico es el primero en afirmar la naturaleza de realidad presente en la ficción, en instaurar la idea de que la literatura no sale de otro lugar que de la vida diaria, que en lo cotidiano encuentra lo extraordinario, de un individuo concreto, real. Lo ficcional no es otra cosa que realidad.
En el mismo sentido, ¿quién se animaría a torcer el camino de Cortázar?, Juan José Saer expone que el carácter ficcional de la literatura es el medio para abarcar lo complejo de la realidad. La visión llana que tiene el mundo tal cual se presenta al ojo no entrenado no alcanza a las capas más profundas que, sin embargo, siempre se manifiestan en las penurias y felicidades humanas. En palabras del escritor: “No se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la 'verdad', sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación2”.
La forma de alcanzar esas irrupciones, esos paréntesis -en términos del autor de Rayuela-, es, según los expertos, aprender a mirar. De acuerdo a Gloria Pampillo: “Cuando se trata de escribir, se empieza a hacer más caso a detalles insólitos que llaman la mirada. En el proceso creativo tienen mucho valor esas asociaciones incongruentes que en la vida diaria se desechan. (...) Mirar. Esa es una de las claves3”. Fiel a la aspiración estética de todo escritor, Pampillo resume esa esencia de la ficción en una frase bella además de contundente: “Escribir es descubrir”.
Flannery O'Connor, por su parte, evidencia, quizás sin quererlo, estar de acuerdo con lo expuesto por los autores antes citados. Para ella, un cuento puede ser breve pero siempre deberá ser extenso en su profundidad. “El significado es lo que impide que un cuento breve sea 'corto'. (...) El significado de un cuento debe estar corporizado en la historia, debe hacerse concreto en ella4”, opina. Además, también hace incapié en el carácter real de lo que aparece como ficcional: “La primera y más obvia característica de la ficción es que trasmite de la realidad lo que puede ser visto, oído, olido, gustado y tocado. (…) En la escritura de ficción, el trabajo no consiste en decir las cosas, sino en mostrarlas. (…) Algo es fantástico porque es tan real, tan real que es fantástico”. De acuerdo a la escritora, lo que se distorciona en la literatura no es la realidad sino la forma de llegar a ella.
No es fácil contradecir a estos autores en lo que mejor saben hacer: ir más allá de lo que tiene de evidente la realidad que refractan en eso que, a menudo, aparece como insólito, como absurdo, como fantástico. Sin embargo, si se analiza detenidamente eso que llamamos “verdad”, se comprende la experiencia humana no carece de lo insólito, lo absurdo y lo fantástico.
1“El sentimiento de lo fantástico”, Julio Cortázar, www.ciudadseva.com
2“El concepto de ficción”, Juan José Saer, www.literatura.org
3Permítame contarle una historia, Gloria Pampillo, Eudeba
4Cómo se escribe un cuento, selección de Leopoldo Brizuela, Librería “El Ateneo” Editorial

Por Lucila Pinto

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