jueves, 13 de agosto de 2009

Escuela de Frankfurt y el Mayo Francés

El país de la utopía

Las consignas levantadas por los jóvenes que protagonizaron el mayor movimiento estudiantil encuentran una estrecha relación con las teorías de Marcuse, Horkheimer y Adorno.


La Revolución Francesa fue la única revolución exitosa. No faltan adherentes a esta teoría, basada en el hecho empíricamente constatable de que el sistema impuesto por ella aún perdura. La Revolución Rusa es hoy la crónica de un modelo del mundo radicalmente distinto frustrado. En Cuba ya hay celulares y cada vez más Obama y menos Fidel.

Sin embargo, los pensadores de la escuela de Frankfurt refutaron el éxito de la gran revolución burguesa y ubicaron en ella una traición a las banderas de “igualdad, fraternidad y libertad”. Es justamente a este abandono del potencial emancipatorio al que se enfrentaron los protagonistas del Mayo Francés. Francisco Fernández Buey, catedrático español y autor del libro Utopía e ilusiones naturales, se refirió al acontecimiento como una “insurrección democrática que anunciaba el retorno a los principios de la gran Revolución Francesa”.

Tomando a autores como los alemanes Herbert Marcuse y Max Horkheimer, los estudiantes que impulsaron la protesta universitaria, que se extendió al movimiento obrero y a temáticas tales como la liberación sexual y el antiimperialismo, tomaron como consigna la lucha contra el orden existente, al cual consideraban injusto y desigual.

En este sentido, Marcuse había descripto en su ensayo “Acerca del carácter afirmativo de la cultura” (1935) el modo en que en la era burguesa -como denomina a todo lo que vino después de la Revolución Francesa- los dispositivos de la cultura, en manos del poder, propiciaban la aceptación de lo existente. Las insignias “Si lo que ven no es extraño, la visión es falsa” y “Sean realistas: pidan lo imposible”, presentes en el inventario de carteles y pintadas que adornaron esos turbios días de mayo en París, que amenazaron la continuidad del entonces presidente Charles De Gaulle, responden a esta lógica de cuestionamiento de las condiciones materiales existentes.

El autor, perteneciente a un cuerpo de investigadores sociales alemanes de corte marxista, también definió al arte como el espacio en el que las clases burguesas permitían un instante de felicidad a las clases oprimidas. De acuerdo con él, sin embargo, ese momento debía ser efímero porque el trabajador tenía que volver a su rutina alienada. A esta concepción responden las consignas: “Decreto el estado de felicidad perpetua”, “El arte es mierda” y “La cultura más hermosa es el adoquín”.

En la misma línea, Horkheimer y Theodor Adorno habían desarrollado en los estudios que componen La dialéctica del iluminismo el modo en que el ejercicio de la razón instrumental, que profesa la confianza ciega y exaltación de los hechos, cifras y fórmulas matemáticas, había puesto a la ciencia al servicio de la industria y, por tanto, del mercado. La vuelta a los aspectos del ser humano que habían sido relegados por la razón práctica está contenida en la emblemática frase del Mayo Francés: “La imaginación al poder”.

El espíritu de los acontecimientos desarrollados por los autores de la Escuela de Frankfurt estuvo presente en los reclamos ejercidos por los estudiantes franceses. Así lo pone en evidencia la declaración inscripta en la entrada de la Sorbona, universidad que fue eje del movimiento: “Queremos que la revolución que comienza liquide no sólo la sociedad capitalista sino también la sociedad industrial. La sociedad de consumo morirá de muerte violenta. La sociedad de alienación desaparecerá de la historia. Estamos inventando un mundo nuevo original”. De más está decir que estos ideales hoy forman parte de la lista de las utopías que nunca pudieron perder el carácter de tales.

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