sábado, 22 de agosto de 2009

La luz roja

Movimiento. Verde, amarillo. Ahora el colectivo desacelera. Rojo. Un sacudón leve para adelante y el cuerpo de Federico se detiene adentro de la jaula de hierro. Por afuera es roja y amarilla, con detalles pintorescos que recuerdan a otra época, pero a una Buenos Aires más Buenos Aires que esta de la avenida Cabildo donde la bestia se detiene ante la luz roja. Cruza un cardumen. Las caras para abajo a ver si se les pierden los pies. De vereda a vereda, de gris cemento a blanco pintura y otra vez cemento y sí, los zapatos siguen ahí. Eso piensa Federico pero el cardumen es siempre igual -estos no son peces de colores- y se aburre.
Al lado hay otro elefante pero este es de los nuevos, no centenario, aunque llega hasta avenida Centenario y justamente por eso no es rojo, es colorado. Las ventanas son amplias y en su amplitud está Federico cuando ve al especimen que se ubica detrás del colectivo vecino, el colorado. Es normal, ni la gran cosa ni la poca. Pero él piensa en cómo sería si gente de 1950 viera ese auto. El batimóvil les parecería. Mira para adentro. No, no es Batman. Aunque ella bien podría ser Gatubela. Hasta tiene el mismo color de tez que Halle Berry. Entonces se acuerda de esa película en la que Halle interpreta a una mujer pobre que, cocaína de por medio, ¿o era heroína? No, una heroína no puede ser porque abandona a su hijo en un tacho de basura. Pero después uno se encariña, cuando lo quiere recuperar y llora. Ah, la mujer del auto también está llorando.
Federico se imagina que el ruido que hacen las pavas cuando hierve el agua le sale por la nariz. Aprieta las manos como ganchos a los bordes de su asiento, pero es no es lo grave. Lo terrible es que las manos del hombre que no es Batman aprieten como ganchos a los brazos flacos de Halle Berry. Y lo peor es cuando mira esos brazos, Federico, porque el hombre mira para adelante, al vidrio del auto, y lo que le sale de los ojos se parece al fuego. Esos dos brazos llenos de moretones. Y el no Batman aprieta y lastima cada vez más a la mujer. Y la ventana que separa al colectivo de Federico del cemento de la calle transforma a su furia en impotencia. Por un momento los ganchos sueltan a Halle, pero no, es para peor. La mano se eleva, se eleva a la altura de la cara de tez oscura. Amarillo. La cachetada. Federico salta pero el colectivo sigue estando ahí, y lo sigue separando de la escena de la que es testigo. Verde. Luz verde para él.

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