domingo, 31 de octubre de 2010


No me sale escribir sobre mí, si bien creo que es imposible escaparle del todo a la autoreferencialidad. Al menos me cuesta hacerlo de forma directa, en primera persona y sobre todo en caliente. Pero quiero entender por qué desde hace tres días estoy triste.
No fui a la Plaza. Pensé que me iba a sentir hipócrita, cuando hace unos años pensaba que su presidencia era fruto de la ignorancia del pueblo que vota (me da vergüenza escribir esta frase), y repetía fórmulas cristalizadas despachadas por operadores de prensa que adoptaba como propias.
Recién escapaba de la pollera de cuadrillé, camisa blanca, corbata y medias hasta la rodilla de lunes a viernes. De alguna forma, suelta en dos facultades, con profesores y (algunos) compañeros pensantes, buscaba no tener que hacerle frente a la terrible sospecha de que mucho de lo que había aprehendido (con hache) era cuestionable. Seguí aferrándome a las páginas sábanas de la tribuna de doctrina y al antiperonismo de mis cunas paterna y materna. Suscribía a las mismas ideas, pero esta vez pensaba que eran mías.
Abandonarlas fue violento. Todavía es violento. Y descubro que es una de las razones por las que lloro cada tanto desde el 27 de octubre. Es también un duelo.
Las estructuras viejas adentro mío se rompieron y se asomaron (tímidas y adolescentes aún, lo confieso) las nuevas, gracias a algunos libros y palabras escuchadas, cuando empecé a aprender leer y a escuchar, en alguna aula de la Facultad de Ciencias Sociales, tal vez.
Pero todo eso adentro de un marco. Fue gracias a que alguien giró el volante y nos llevó a ese lugar. Y por eso lloré. Me cambió a mí, que nací con Menem y me hice adolescente en el “que se vayan todos”. Atravesó a mi generación, de a punta a punta. Y el que se juzga ajeno a eso, me da lástima.

sábado, 9 de octubre de 2010

Juguemos

Siguiendo los rulos del remolino, me mareo en tu figura.
Detrás de cada mirada, sorteo la mejor sonrisa para regalarte.
Ante cada suspiro, me preparo para besarte.
Luego de la caricia, reafirmo mi postura para la próxima.
Del más simple roce crece la ansiedad de lo que vendrá.
Sexo.
Las agujas del reloj corren el tiempo. Me detengo a mirarte.
La canción que suena asegura un buen comienzo de jugada. Mi juego, tu juego, aún nuestro juego.
Sexo.
Aún me convences para amarte. Aquí estoy para soñarte, y desearme en el inconsciente que te presto cada vez que nos acostamos.
Nada es en vano.

Peperina.